jueves, 24 de agosto de 2017

POLÉMICA SEQUÍA


Los recursos naturales, si existen, están para ser aprovechados en beneficio de la sociedad, y si no existen, se crean – Alfonso Campuzano

Es habitual, aunque no será la última vez, oír hablar de sequía y de desertización, pero sin ver mover un sólo dedo desde la autoridad competente, salvo chapuzas, para intentar resolver el drama futuro que se avecina, para unos países más que para otros.
En tiempos preconstitucionales hubo un movimiento bastante sensato hacia una dirección hidromecánica que diera con una solución, que salvara los campos de muchos agricultores, aunque muy criticada. Durante aquella época, cuarenta años, se construyeron más de trescientos pantanos y embalses, mientras que en los tiempos constitucionales no se ha hecho ninguna obra hidráulica, sino que finalizaron la construcción de los dos últimos.
Actualmente, aunque hay voces de alarma, y por razones desconocidas, los gobiernos no están actuando en consecuencia, pese a la penuria y disminución de medios hídricos, quizá debido a un asentamiento en la desidia o  bien a un asesoramiento ignaro.
De una u otra forma los impuestos constitucionales, gracias a la transparencia, acaban en los bolsillos de los miles y miles políticos españoles, perdón, léase patrimonio, salvo casos aislados, que pocos tenían antes de ejercitar dicho ¿servicio a los contribuyentes?
Sin embargo, existen ejemplos de actuaciones ejemplares con tan sólo mirar un instante el globo terráqueo, entre los que destaca Israel, por encima de todos los demás, estando como está, aislado territorialmente, fuertemente defendido, sin complejos, sin miramientos de ninguna clase, incluso orgulloso.
El territorio palestino, desde siempre, habitado por árabes y judíos, violentado por la hostilidad creyente y jurisdiccional, se caracteriza por su aridez y desertización; sin embargo, ambas etnias no producen lo mismo. La etnia árabe apenas despunta, mientras que la judía se dedica a la alta tecnología, siendo un referente mundial al contar con cerca de doscientos ingenieros por diez mil habitantes. El problema, bien es cierto, no es el territorio, que es similar, sino la etnia, la mano de obra de la población, los dirigentes.
Kibutz es una palabra hebrea que puede ser traducida como Comuna Agrícola, que surgió a principios del siglo XX cuando, en una región palestina, Kalya, se asentaron los primeros inmigrantes judíos de procedencia rusa.
En el transcurso de un siglo, como parte de un milagro económico, han pasado de ser un Kibutz, habitado por diez personas, a ser casi trescientos Kibutzim, habitados por más de cien mil, en tanto que la población israelí ha aumentado diez veces desde que consiguió su independencia.
Israel, mediante cinco centrales desalinizadoras, obtiene casi el sesenta por ciento de su agua para uso doméstico, y con premura; respetando el medio ambiente; habiendo conseguido que su coste sea dos tercios menos que hace treinta años. Por otra parte, más del ochenta por ciento de las aguas residuales de los hogares son recicladas con fines de riego agrícola. Y se permite el lujo de exportar agua a países vecinos.
El Estado de Israel ha convertido el desierto de Néguev, que ocupa unos dos tercios del territorio palestino, donde apenas hay recursos naturales, en huertas que son vergeles, consiguiendo hasta cuatro recolecciones anuales de frutas y verduras, gracias a la experimentación e innovación tecnológica puntera; aplicando ingeniería genética a sus cultivos; utilizando agua salada mezclada con agua dulce, procedente de las capas freáticas donde desembocan los acuíferos subterráneos; fomentando la heterogeneidad de vegetales, más o menos arbóreos, que absorben el agua desalada, mediante sistemas de riego que emplean mínima cantidad de agua, es decir, por goteo genético, ya que es importantísimo no desperdiciarla, como habitualmente se hace en todo el planeta azul.
La  base  del  éxito  tecnológico  israelí se encuentra en el inicio de la vida: familia y escuela.

         ALFONSO CAMPUZANO
            
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miércoles, 16 de agosto de 2017

FLETE HUMANO

Las fronteras entre países, además de ser sagradas y no ser caprichosas, preservan seguridad y salud ante delincuentes y enfermedades – Alfonso Campuzano

Ningún país europeo ha planteado con seriedad luchar contra el tráfico ilegal de cargamentos humanos, cuyo comportamiento es muy parecido al que se ejerce cuando se trata de droga o de tabaco; si bien, poco a poco, algunos gobiernos, aunque melindrosamente, se van haciendo a la idea que la burbuja migratoria debe atajarse in situ, invirtiendo en las naciones que no tienen recursos y, sobre todo luchando contra los que están haciendo caja, es decir, los traficantes.
Los flujos migratorios existen gracias al acuerdo entre mafias, que fijan los precios según la época del año, la nacionalidad, el tipo de embarcación, etcétera, porque se paga por todo, nada resulta gratis para traspasar fronteras, sobre todo las europeas que, quiérase o no, se han agrietado apresuradamente.
Desde siempre, las fronteras entre países nunca han sido caprichosas, sino más bien sagradas, pues han estado, y están, para custodiar y defender a sus ciudadanos de peligros, impidiendo la aceptación de malhechores, así como enfermedades de todo tipo y condición, tanto graves como letales, que puedan desencadenar una epidemia o una pandemia, según leyes muy diversas, tal que el quebrantador puede ser acusado de espionaje; condenado a cadena perpetua; desaparecido real; detenido indefinidamente; disparado; penado con cárcel o con trabajos forzados, sin posibilidad de recurrir.
Sin embargo, si se franquea ilegalmente la frontera española se consigue: certificado de empadronamiento; colegio gratuito para cada hijo; derecho a enarbolar la bandera de su país en manifestaciones de protesta; derecho a delinquir reiteradamente sin que le encarcelen ni le expulsen; derecho a utilizar los símbolos y normas de su religión, mientras ataca a los utilizados por a la mayoría de los oriundos; protección de políticos, instituciones y medios de comunicación, incluso más que los nativos; tarjeta de la Seguridad Social; trabajo y, en su caso, subsidio de paro; y, en determinados casos, derecho a votar.
La inmigración no se soluciona con acogidas, que no van seguidas de integración, sino con ayuda e inversión en su propio territorio. Asaltando fronteras soberanas no se solucionan problemas, sino que, desde la ilegalidad que acompaña al asaltante sin papeles en regla, se acrecientan. Por tanto, cualquier país que abra sus fronteras internacionales, siguiendo las directrices del pelelismo políticamente correcto, se puede considerar aniquilado.
Como humanos, y dado el incremento anual de inmigrantes irregulares, casi delincuentes, cada vez que invaden una frontera soberana, deberíamos sentirnos alegres, pero como sociedad, debemos estar tristes al prever cómo su presencia, sin ninguna garantía de seguridad ni de salud, puede desembocar en una catástrofe sanitaria, tanto para el bienestar como para la civilización y su cultura, que puede retroceder hasta desaparecer.
¿Que ha cambiado para que las fronteras soberanas no exijan la seguridad y la sanidad mínimas que defienda a los ciudadanos autóctonos de delincuentes y de enfermedades?
Entre el Estado acogedor y el inmigrante/refugiado acogido debe existir una generosidad recíproca, primando el ofrecimiento, por encima de todo, de su reasentamiento en zonas rurales despobladas donde puedan desarrollar un trabajo, y no engancharse a la dependencia de la subvención que le otorga la sociedad que lo admite.


Alfonso Campuzano
           
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